ENTREVISTA A EVERARDO GONZÁLEZ
Por JUAN PATRICIO RIVEROLL ENERO 9, 2023
¿De dónde te surgió la idea para esta película?
Yo quería hacer algo proveniente de una imagen, vamos a llamarla una imagen primigenia: una pistola 9mm en la mano de un niño. Esa imagen me parecía muy impactante. Cuando en el 2010 me mandaron a hacer la película El cielo abierto, a El Salvador, me impactó mucho saber que los renteros eran niños de diez años y me imaginé el terror que ahora les tenía mucha gente a los niños. Es una imagen muy fuerte, que un niño se convierta en la representación del mal. No deberías temerle a un niño, pero si sabes que él es el que va a recoger la renta del cartel o de la pandilla, ese niño se vuelve una figura casi aterradora. México, a partir de la guerra de Calderón, también le empezó a temer a sus hijos, a sus niños. También algo que inspiró a esta película fue una crónica de Óscar Balderas con la que di clases muchos años. Es una crónica ficcionalizada que retrata el paso de un arma a las manos de un adolescente. El personaje protagónico es el arma. Eso se volvió el punto de partida para empezar a estructurar una narración que empecé a trabajar de la mano de Óscar, porque lo busqué y lo conocí. Ahora nos hemos vuelto colaboradores, y después llamé a Daniela Rea para que escribiéramos entre los tres una adaptación de esa crónica. Fue un proceso muy largo. Así es como vino todo esto.

Entonces, primero entre los tres fraguaron la idea del guion, y después conseguiste a todos los chavos y a todos los que salen en el documental, para que llenaran las partes que ustedes tenían pensadas.
Exactamente. Fue un proceso a la inversa de como normalmente he trabajado: a partir de lo que se filma escribo algo para el primer corte de imagen. Aquí era un texto lo que impulsaba la búsqueda de lo que había que filmar, más parecido, quizás, al ejercicio de hacer ficción. Como yo tenía la preocupación de cómo guardar el anonimato de los chavos, sobre todo de los que eran aún menores de edad, vino la idea de construir una especie de cola de escorpión para montar la cámara, que, aparte de emular la perspectiva de los videojuegos, nos permitía acompañar la cotidianidad, bastante común y corriente, de un niño que hoy es referido como sicario.
Formalmente, es una película muy original. Por otro lado, eres un maestro de la narrativa cinematográfica dentro del cine documental y aquí rompes con eso porque acaba siendo una experiencia abstracta en muchos sentidos, y más en comparación con el resto de tus películas que son muy narrativas, tal vez con excepción de Yermo.
Sí, porque es una película que no permite intercortes. La construcción de secuencias es muy compleja cuando no tienes alternativas. Por eso llevó mucho tiempo editarla, unos diez meses. Dice Paloma que es la película más complicada que le ha tocado editar. Nosotros, en Artegios, becamos para un curso de cine a un chavo, apodado Haxah, él es quien hizo la música junto con su amigo Konk y Andrés Sánchez. En el diplomado de cine aprendieron muchas cosas. Ellos hacían vida dentro del cuadro más encriptado del barrio de Tepito de la Ciudad de México. Durante la pandemia, ellos se llevaron un par de iPhones 12 montados en las colas de escorpión. Ellos filmaban sin crew y subían el material a una nube todas las noches. Yo lo revisaba y les daba instrucciones de cómo mejorarlo. Así se filmaron muchas secuencias.
Es un resultado muy eficaz. Es como un buzo que se sumerge al fondo del mar. Este es como el fondo del hampa, o de una parte, de estos submundos que difícilmente uno conocería, a donde sólo ellos se pueden meter.
El verdadero valor de ese material, que tiene muchas torpezas y es muy imperfecto —cosa que también me gusta—, es permitirnos un acceso que para mi equipo habría sido imposible tener. Esta cola de escorpión donde montamos los iPhones no deja de ser un artefacto estorboso que obligaba a diseñar las escenas, pero cuando ellos lo tomaron empezó un ejercicio de libertad de movimiento y de elección de situaciones y de escenas que después íbamos a convertir nosotros en secuencias. Yo sigo impactado que los iPhone 12 y todo el equipo regresó intacto. Quiere decir que la propia pandilla ayudó mucho a que se hiciera. Es una zona muy caliente en donde esos teléfonos son muy apreciados.
La película da una cierta sensación de objetividad, ¿esto tiene que ver la forma como está contada?
No sé. Quizá lo que tiene es un poco más de verdad, no sé si necesariamente objetividad, porque una cosa que para mí era importante en la elección de los muchachos es que, como en mi película La libertad del Diablo, yo no quería hablar con sociópatas que estuvieran disociados del hecho moral de hacer daño, que ya de origen vinieran muy maleados por las condiciones de híper violencia. Yo quería contar la historia de un muchacho casi común y corriente que no necesariamente viniera de una construcción de malicia desde el entorno familiar, sino del mundo en que habita. “Veía por la ventana y había cosas que no entendía”, dice uno de los testimonios de la película, ese momento de dejar de ser niño y entrar a ser adolescente al mundo. De repente, las circunstancias te van orillando a que un día, en un acto de venganza, te vuelvas un brazo armado del crimen organizado. Pero ese no era necesariamente el destino de ese muchacho.
Algo que me gusta mucho del cine es el poder asomarse a las maneras cotidianas de la vida. Considero que ese es uno de los logros que tiene la película: nos permite ser testigos de que estos muchachos tienen primos, hermanos, madres, padres,abuela, se conmueven con un perrito igual que cualquier otro. Cuando terminamos la película, se la enseñé a mi hijo adolescente y me dijo: “Qué parecidos son a todos nosotros, a mis amigos”. Yo no quería que pareciera que sólo la condición social o económica determina el destino de las personas. Muchas veces se trata de un error trágico. Un muchacho que, envalentonado, tiene acceso a las armas.
Y para que esa arma llegue a sus manos, como narra la película, es necesario el involucramiento de los órganos policiacos del país, la Secretaría de la Defensa, la Marina, las pandillas de Estados Unidos, el ejército de Estados Unidos, las fuerzas aduanales, el crimen organizado. Todo eso opera para que un muchacho que se siente envalentonado tenga a la mano una 9mm. Y lo que sigue es la tragedia, lo que se desencadena con esto, que es convertirse en un sicario. Ser alguien que ya le quitó la vida a otro, y ya no hay marcha atrás
A través de la cotidianidad que muestras de los personajes ¿pretendes de algún modo “humanizar” a quien es capaz de matar?
No tengo la visión de justificar el ejercicio del mal. Por supuesto que hay libre albedrío, pero dentro de estos grupos las personas son un semillero fértil para que entren al crimen, no hay Estado que los proteja, no hay manera de salir, no hay forma de redimirse. Todo lo anterior se parece a nuestras vidas en muchos sentidos. Pero lo que viene después de este error trágico, de este detonante, sí definitivamente se despega ya de lo que entendemos como entes sociales, que es un poco la misma premisa de La libertad del Diablo. Lo que viene es una caída compleja.
¿Cómo le haces para que tus entrevistados se abran de la manera en que lo hacen? Eres muy bueno a la hora de sacarle a la gente lo que quiere decir, y además los conviertes en unos grandes narradores a ellos también.
Yo creo que, teniendo disposición de escuchar y generando un entorno en donde el otro se sienta seguro. Y despojándome de juicios, sobre todo de juicios morales, porque para mí eso es una camisa de fuerza para cualquier proceso creativo, es un ejercicio de autocensura cuando uno antepone lo que cree del orden moral ante lo que está uno haciendo, pero sobre todo cuando uno está trabajando con otros que tienen una estructura moral a veces diametralmente opuesta a lo que uno cree.
Me parece que esa es una cosa importante. Y la otra es tomarlo con tiempo. Casi nunca he llegado a improvisar a una grabación de ese tipo, aunque en el camino voy improvisando, pero la columna vertebral es sólida. Casi siempre sé quién es la persona con la que estoy hablando, y eso para el otro es muy relevante porque le haces sentir que efectivamente te importa.

La gran mayoría de ellos dan la impresión de que quieren hablar de su historia, lo hacen con ganas, justamente a pesar de que pueden ser juzgados.
Claro. Porque ¿quién les pregunta? Yo creo que eso es lo que tiene que hacer el cine documental: hacer preguntas a quienes no se les preguntó. Yo pensaba, a raíz de una entrevista que le hacían a (Alonso) Ruizpalacios —quien me parece uno de los cineastas más interesantes en México ahora—, que por qué hay tanta elícula sobre violencia y desapariciones, que si no era una moda. Y decía algo que comparto completamente: No es una moda. El cine también habla de lo que le toca vivir en el presente. Yo pienso que si uno quiere tratar de entender lo que está ocurriendo y lo que ha ocurrido en los últimos veinte años en este país, en términos del ejercicio violento que es lo que casi nos ha definido por muchos años, uno tiene que escuchar a quienes violentan. Por supuesto que hay que tener mucho cuidado cuando se le da voz al verdugo, pero creo que si no lo escuchamos difícilmente vamos a entender qué sociedad es la que habitamos o qué país tenemos; y para él también es importante contarlo porque nadie se lo ha preguntado.
¿Tú ves alguna solución?
Pensar que atacar las causas es cuestión de darles un dinero al mes, yo creo que es no haberlos escuchado, porque no es lo común que estos jóvenes quieran dejar de ganar cincuenta mil pesos por jalar un gatillo, una vez que ya lo hicieron, para ganar cuatro mil pesos mensuales. La respuesta está en otro lado. Es la búsqueda del poder, del respeto, y como lo dice uno de ellos: “dejas de ser la víctima con un arma”. Esto te habla de toda la carga previa, del sometimiento, de la invisibilidad, de ser permanentemente el sobajado, y un arma lo que te trae es el poder de dejar de ser la víctima. Es lo que se busca, no sólo dinero.
¿Legalizar las drogas?
Sí, legalizar las drogas, aunque no todo el mercado que tiene el uso de las armas es para el trasiego de drogas, para nada. Está la extorsión, el ejercicio del mal, el ejercicio del crimen, de hacer daño.
Una escena que me impactó mucho, a pesar de que no es una escena dramática, es la de unos niños pasándose el arma, riendo, dándose consejos de cómo asaltar.
Es cabrón, porque a todo este ejercicio los niños entran jugando, al menos con los que yo hablé. No se entra con la noción absoluta de “voy a ir a matar gente”, o con el deseo. Se entra como jugando, y eso lo sabe muy bien el crimen organizado. Como son desechables, los jalan en el momento en el que todavía están jugando. En donde todavía un muchacho se va a sentir como Rambo si carga una M16, o una R15. Se va a sentir como en las películas, y cada vez más, porque los medios nos nutren constantemente de esas imágenes del ejercicio del poder que te ofrece una M16 o una R15, o una 9mm. Todavía es una etapa en la que los niños juegan a las pistolitas como jugamos todos los niños del mundo. Se montan sobre estructuras
de convivencia históricas.
Es como el backstage de la violencia.
Eso es, tal cual. Es una buena definición de lo que es la película en general, es un detrás de cámaras.
Esta película, junto con El Paso y La libertad del Diablo, creo que conforma una especie de tríptico de la violencia en México. Cada una puede ser el pie de página de la otra.
Cuentan un periodo muy particular de la vida en México. Un periodo que es el que nos está tocando vivir. En donde todo está cruzado por la violencia. En donde todo lo que más nos preocupa tiene que ver con criminalidad, con armas. No hay mexicano a quien no le cruce la idea de la violencia en la cotidianidad, en las conversaciones, en todo. Esta película parte mucho más de la anécdota de vida, no necesariamente de los procesos de convulsión del alma de las personas. Esto es la construcción de la herramienta con la que se va a ejecutar la violencia. La libertad del Diablo es una película mucho más psicológica.
Gracias. Ha sido un placer hablar contigo.
Gracias